Seguramente todos hemos leído o por lo menos hemos escuchado hablar sobre el famosísimo libro escrito por Spencer Johnson, Best Seller en los Estados Unidos, publicado en 1998 : “Quien se ha llevado mi queso”, y entonces hemos podido leer como el Sr. Johnson, con una narrativa alegre y muy al estilo de fábula, describe claramente lo peligroso que puede ser el quedarse plácidamente acomodado en una “zona de confort”, el aceptar la rutina, dar por sentadas las cosas, así como lo importante que es implementar aquella frase de “renovarse o morir”.

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Todos sabemos que en nuestros respectivos nichos de mercado, desde cada una de nuestras trincheras, debemos de ser todo oídos y tener nuestra mente abierta para detectar los cambios y las posibles señales que indiquen cualquier nueva tendencia.

Pero…. ¿qué pasa cuando nadie mueve el queso, sino que es el queso mismo el que se va corriendo?, es decir, que pasa cuando el cliente se va por su propio pie y nos deja con un palmo de narices, por así convenir a sus intereses, por las famosas “decisiones estratégicas”, las circunstancias no cambiaron, el servicio o producto entregado era el mismo al acordado, no recibimos ninguna señal de problema, hicimos nuestra tarea, atendimos al cliente (según nuestra opinión) como a un rey, los precios eran los mismos, hasta incrementamos su línea de crédito y extendimos mejores términos de pago, lo visitamos con periodicidad, cultivamos relaciones personales con los altos ejecutivos, enviamos regalos de Navidad y tarjetas de cumpleaños, en fin, fuimos el “consorte ideal” y después de una saludable relación comercial, que estábamos seguros iba “viento en popa” y mientras planeábamos nuestra siguiente fiesta de aniversario juntos, nos abandona, así sin más, sin problemas de calidad, sin faltas al compromiso adquirido por nuestra parte, sin mayores explicaciones.

Para nuestra desventura, atónitos, vemos marcharse impunemente sin ningún remordimiento al cliente que habría de llevarnos a la tierra prometida del cumplimiento en el presupuesto, dejándonos en plena desolación y sin consuelo alguno.

Qué sucede cuando por más que luchamos por retener esa amada cuenta, aquel volumen de sueño; el queso se levanta, extiende sus lindas piernas y tan campante, se marcha.

Y aquí amables lectores es muy importante que hagamos una pausa y analicemos que aunque estamos hablando de transacciones comerciales y/o compromisos mercantiles, finalmente, necesitamos reconocer que son las personas quienes las realizan, por lo tanto, aún y que se trate de negocios entre empresas, los ejecutores somos los seres humanos, de tal manera que debemos de aceptar la realidad: aquellas personas protagonistas nos vemos afectadas de manera directa no solo en nuestros bolsillos, sino en nuestro ego y moral personal, por lo tanto, esto deriva en la generación de una serie de sentimientos y emociones que pueden ser tan nocivas o beneficiosas como nosotros lo permitamos.

Por supuesto, aparece la negación, simplemente no podemos creer que nuestro fiel cliente se vaya de nuestro lado y acepte los servicios de alguien más, juramos que será eternamente infeliz y que pronto correrá a nuestro lado profundamente arrepentido a devolvernos la plenitud que nos arrebató, sin embargo, esto casi nunca sucede; después obviamente viene el enojo, la frustración y arremetemos contra el destino aciago que nos castiga sin merecerlo, posterior a esto sobreviene la infinita tristeza y desolación, un sentimiento de vulnerabilidad, nos asalta la duda, no estamos seguros de poder encontrar un digno remplazo para aquella gloria que tuvimos y experimentamos, no sabemos si podremos revivir aquellos días de sol cuando nuestro jefe y compañeros nos cargaban en hombros y reconocían nuestros logros, cuando el presupuesto sin duda, se cumplía mes a mes…. Sin embargo, debemos aceptar que este es el juego que todos jugamos cada día, clientes van y vienen, los éxitos se consolidan, pero los fracasos también, y no importa cuan estruendosos sean los unos o los otros, lo que importa es qué hacemos ante ellos, y qué actitud tomamos sobre los mismos, porque si nos sentamos a llorar nuestras pérdidas o a paladear las victorias, no estamos avanzando, hay que incorporarnos y sobreponernos a ambos e ir en pos del nuevo “jicotillo” del nuevo reto, siempre habrá una nueva meta más grande, un obstáculo más alto y un nuevo éxito que perseguir.

Les deseo a todos los lectores de Somos Industria un año lleno de retos y éxito.